Las mejores palabras by Daniel Gamper

Las mejores palabras by Daniel Gamper

autor:Daniel Gamper [Gamper, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Anagrama
publicado: 2019-06-04T22:00:00+00:00


La esfera pública hace su contribución a la legitimación democrática de la acción estatal cuando selecciona los asuntos relevantes para la toma política de decisiones, cuando los elabora y convierte en problemas bien planteados y cuando los reúne y empaqueta a modo de opiniones públicas que compiten entre sí junto con los posicionamientos y argumentos que están más o menos bien informados y justificados.2

Es sabido que el poder político hace lo imposible por instrumentalizar las televisiones públicas y las subvenciones a la prensa. Sin embargo, el mal no está en la traición al mandato de neutralidad, sino en la ausencia de autoridad. En nombre de la neutralidad las radios y televisiones se erigen en meros árbitros de las opiniones que se cruzan los vivaces tertulianos. Dejan que sea el ciudadano quien saque «sus propias conclusiones» tras escuchar el batiburrillo de discutidores interesados. Dado que no pueden tomar partido y están incapacitadas para encontrar voces autorizadas que hagan periódicamente interpretaciones bienintencionadas, informadas, meditadas y reflexivas, optan por la tertulia renunciando así a su obligación democrática de hacerse altavoces de las palabras del bien común. Estos problemas son más graves en los países que carecen de consensos nacionales estables y en los que, por tanto, escasean personas públicas con autoridad reconocida por la mayoría. No habiendo autoridades contrastadas, el mercado deja a los electores a merced de quien mejor sabe persuadirlos y manipularlos.

El pueblo y la urbe son el hábitat de lo horizontal. Imaginemos que la finalidad primordial del gobierno fuera democratizar la ciudad, crear espacios de encuentro para que la palabra fluyera como lo hace el agua de las fuentes. Que esta palabra no obedeciera ciegamente al orden del día legislativo. Que fuera una palabra libre y desinteresada, sin finalidades comerciales. Imaginemos un urbanismo destinado a ganar espacios democráticos al mercado.

Digamos que la palabra debe circular libremente, que se debe facilitar su movimiento para que no encuentre obstáculos. Igual que los coches, los trenes o los aviones, también las palabras deben ser encauzadas. Pero, a diferencia del tráfico en general, la canalización de palabras no obedece a criterios de eficiencia. No hay que llegar antes o ahorrar combustible. Las palabras no se desperdician cuando se usan para el cuidado. La publicidad y la propaganda las gastan, las violentan y les faltan al respeto, por eso parece que ya no sirvan para nada.

Imaginemos, más aún, que en el centro de la plaza no hay tiendas, como mucho un quiosco con refrescos y periódicos. Ahí alguien encontrará las palabras para decir algo y otro escuchará atentamente y cuando no entienda nada le picará la curiosidad. Eso no pasa casi nunca, pero puede pasar. Basta que alguien haya construido una plaza en la que nadie venda nada. Estamos imaginando.

La democracia es lo que podría ser, es siempre su potencia, lo que imaginamos que podría pasar. Solo así se explica que Jürgen Habermas haya recurrido en más de una ocasión al término «polifonía» para designar la naturaleza deliberativa de los intercambios lingüísticos en sociedad. Esta



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